PRÓLOGO DEL TRATADO DE DEMONOLOGÍA DAEMONIACUM
P. José Antonio Fortea
Para esto se manifestó el hijo de Dios:para deshacer las obras del Diablo.
1 Jn. 3, 8
A Él todo el honor y la gloria.
Por los siglos de los siglos.
Amén.
Es una característica de las mentalidades precientíficas el achacar a fuerzas mágicas los hechos que se derivan de causas naturales. Digo que es una característica, y quizá debería decir que es el rasgo que la distingue. Es la peculiaridad por antonomasia que define ese tipo de mentalidad. De todas maneras, tan ilógico es que el necio se aferre a sus esquemas mágicos, como que el hombre de ciencia se encasille a un esquema materialista para explicar fenómenos que son evidentemente de una naturaleza que va más allá de las causas materiales.
Si el espíritu existe, es invisible. La afirmación tan manida de que yo no he visto nunca el espíritu, luego no existe, es una afirmación autocontradictoria. Si algunas personas creemos en la existencia de eso que ya los griegos denominaron pneuma y los latinos spiritus, es porque afirmamos que la existencia de esa res spiritualis explicaría mejor algunos fenómenos que observamos en nuestro mundo sensible. En algunos casos esos fenómenos se explicarían mejor, y en otros es que no hay otra posibilidad racional para comprender esos fenómenos que la aceptación de la existencia de entes inmateriales. Es evidente que hay fenómenos milagrosos, paranormales, preternaturales y demoníacos en nuestro cosmos material. El que afirma tajantemente que ese tipo de hechos no se da nunca es que todavía no ha salido de la habitación cerrada de sus esquemas mentales. Ante ese tipo de personas, sólo cabe decirles que los esquemas absolutos y cerradamente materialistas tuvieron su máxima aceptación entre la comunidad científica desde el siglo XIX hasta la caída de los esquemas marxistas en los años setenta del siglo XX. Desde aquel cenit del materialismo, la comunidad científica ha ido abriéndose más y más a la posibilidad de que nuestro mundo albergue más cosas que aquellas que nuestros cinco sentidos codifican y envían al cerebro a través de los nervios.
Respecto de mí, diré que la sugestión destruye la fiabilidad de un testimonio, así que me creo en el deber de decir algunas palabras de presentación. Como sacerdote me ha tocado escuchar numerosas historias sobre la intervención extraordinaria del Demonio en las vidas de muchas personas. Sin embargo, debo señalar que hasta el día de hoy, en que escribo estas líneas, no he tenido -Dios gracias- ninguna experiencia extraordinaria en mi vida normal, salvo lo que contaré que he visto en los exorcismos. Mi vida es muy común, y nunca he observado en ella ninguna manifestación del Demonio fuera de la tentación invisible que no se distingue de los propios pensamientos. Digo esto para que quien lea este trabajo no piense que su autor es un personaje sugestionado, que cree ver todo tipo de fenómenos extraños por todas partes. A pesar de que he pasado semanas enteras en las que de la mañana a la noche no he hecho más que leer testimonios y libros sobre esta cuestión, nunca he tenido ni una sola pesadilla relativa a ella. Vivo solo y muy a menudo he tenido que trabajar hasta bien entrada la noche y hasta ahora nunca la imaginación me ha jugado una mala pasada.
Si yo hubiera sido un materialista que hubiera inicado esta investigación, llegaría a la conclusión de la existencia en el mundo de algo más que la materia. Cuando uno se encuentra con tantas manifestaciones preternaturales en la vida de personas cuerdas, de alto nivel cultural y de gran estabilidad psicológica, y a eso añadimos casos corroborados por varios testigos; cuando los fenómenos y pautas se repiten en todos los lugares de la Tierra, sin que los protagonistas tuvieran conocimiento de otros casos; entonces, todo conduce al escéptico a sospechar que en este universo puede haber algo más que materia. Por último, pienso que la visión de un exorcismo es la guinda final que llevaría a muchos a considerar seriamente si la fe católica no es más que otra concepción del mundo.
Al decir que no he sido testigo en mi vida de una intervención extraordinaria del Demonio, excluyo las veces en que he presenciado exorcismos. Frente a los escépcticos de la existencia del espíritu que lean esta obra quisiera responder que mi interés al escribirla no ha sido otro que la búsqueda de la verdad, y no el defender ningún postulado preconcebido. La verdad, sea cual sea, nos lleve a donde nos lleve. No soy crédulo, al hacer este trabajo he tratado de tener una mentalidad científica. Es decir, he tratado de analizar todas las posibilidades, de desconfiar ante todo de mis propios prejuicios. Desear creer algo nos induce a creerlo. Es una invitación a aceptar, invitación resistible, poro invitación al fin. Desde luego, esa tentación no existió en mí. Yo no deseé creer en la existencia de los demonios y las posesiones. Un mundo en el que toda la fenomenología que voy a describir en estas páginas se pudiera explicar por patologías psicológicas o por energías desconocidas de la mente sería preferible a un mundo en que el que el mal es algo más que un concepto abstracto o el mero resultado de la actividad libre de los hombres.
Mientras no estudié teología, el Demonio me sonaba a algo así como a un cuento de hadas. Algunos les parece que al estudiar estos temas el materialista ateo es más científico que el creyente, pero yo no soy culpable de la verdad. Quizás el mayor obstáculo con que los teólogos se encuentran a la hora de opinar acerca de la existencia de los seres demoníacos es la iconografía popular acerca de estos entes. La memoria subconsciente cargada de imágenes nos juega malas pasadas. No hay obstáculo en el Dios invisible de Abraham, Isaac y Jacob. Pero ¿quién va a creer en un geniecillo rojo, con cuernos, rabo, tridente, y quién sabe si con perilla?
Podría haber tratado de buscar la verdad acerca de esta materia sondeando la historia, explorando los textos que nos hablan sobre el tema. Pero llegué a la conclusión de que no era conveniente hacerlo a través de un estudio histórico, pues ciertamente la imaginación y la credulidad de muchas personas en épocas pasadas no se puede comparar con la objetividad científica de nuestros días. El exorcismo es algo de por sí escurridizo, porque cuando se realiza:
- se efectúa en secreto,
- ante un grupo de testigos reducidísimo (unas seis u ocho personas), y
- es muy inusual.
El escéptico parece tener todas las cartas en la mano para negar la existencia de tales hechos porque podía argumentar: se me pide que crea en algo que no voy a poder ver porque es secreto; algo de lo que muy pocos van a ser testigos; y que, además, ocurre rarísima vez. Ante estas objeciones, se me ocurrió que el mejor modo de exponer esta materia tan escurridiza era asistir a exorcismos y hablar con exorcistas. Sería mi experiencia la que podría aportar algo de luz. La experiencia de lo que los ingleses llaman un outsider y, por lo tanto, una experiencia no manipulada y ajena a ese mundo exorcístico. Debían ser los datos recogidos en mi devenir (en primer lugar) y los recogidos en las manifestaciones directas de los exorcistas (en segundo lugar) las que debían llevarme a conclusiones. Y este debía ser el criterio que juzgase los relatos que nos han llegado a través de la historia. Sólo la experiencia actual y corroborada debe juzgar las historias de exorcismos y posesiones que conocemos. Tratar de lograr la verdad en estas materia sólo mediante el estudio de sus manifestaciones en la historia no hubiera aportado conclusiones científicamente fiables.
Quiero acabar este apartado acerca de la metodología citando unas palabras del cardenal Raitzinger en el prefacio de un libro sobre la posesión y el exorcismo:
¿Cuál es la relación entre la experiencia personal y la fe común de la Iglesia? Los dos factores son importantes: una fe dogmática sin experiencia personal queda vacía, una simple experiencia sin lazos con la fe de la Iglesia queda ciega. El aislamiento de la experiencia constituye una grave amenaza para el verdadero cristianismo.*
Al sacerdote que lea este libro, le diría que para el desempeño de su misión son necesarios unos cuantos conocimientos sobre el tema. Sin embargo, la curiosidad de leer libros sobre esta materia es malsana. No conviene centrarse en el mal, sino en Dios. Es más, todo el mundo se queja de que debería haber muchos más sacerdotes conocedores de este tema, yo francamente disiento. En demonología basta con que haya unos pocos sacerdotes especializados, no debemos conceder al Demonio más importancia de la que tiene.
Al lector que compró este libro por mera curiosidad, le diría también que piense que el odio contra la Iglesia que va a encontrar en boca de los satanistas es tan sobrehumano que lleva a cualquiera a preguntarse qué es la Iglesia para ser tan odiada por los servidores del Diablo.
Al ateo este libro le servirá para conocer con fiabilidad qué piensa la Iglesia acerca del tema. Porque, hasta para atacar a la Iglesia, conviene saber con detalle qué es lo que piensa la Iglesia. Al ateo le deseo que esta lectura le sugiera varios interrogantes. Ya que cuando al hombre moderno le hablan de posesiones demoníacas en la Edad Media una sonrisa compasiva aparece en su faz y piensa: pobre mentalidad precientífica, gente que confundió la epilepsia con la posesión por espíritus malignos. Confío en que este libro le planteará la duda sobre si existe Dios y la otra vida, porque lo que se relata aquí no son experiencias medievales, sino casos vividos por contemporáneos, casos narrados por sacerdotes cuerdos y sensatos que cuando entraron en el seminario nunca pensaron que estarían entre los pocos que tomarían contacto con un mundo oculto y sorprendente.