Los defensores de la historicidad
de Jesús deben considerar seriamente la importancia de su posición... Corren el
riesgo de sostener los títulos históricos de una personalidad que puede
resultar ser completamente diferente a aquella que imaginaban cuando
emprendieron su defensa.
A.SCHWEITZER, doctor en teología,
antiguo pastor, director del hospital de Lambaréne premio Nobel de la
Paz en 1952, en Recherches sur l'hisloricité de Jesús)
Existen algunos eruditos que
basan la existencia de Jesús de Nazaret en la hipótesis de que fue hijo de
Judas el Galileo (Hechos 5, 37), también conocido como Judas de Gamala o Judas
el Galaunita por ser originario de la Gaulanitide. Este personaje que puede ser
estudiado bajo estos tres nombres diferentes fue la misma persona siendo,
históricamente hablando, el héroe judío de la revolución contra el censo de
Quirino. Hasta aquí nada nuevo pues los historiadores se han puesto de acuerdo
con la identidad del personaje pero no con su posible paternidad sobre Jesús el
Galileo.
Esta hipótesis ya resultaba
molesta en los tiempos del cristianismo primitivo como se observa en Lucas
quien al redactar los Hechos de los Apóstoles lo sitúa después de Teudás, otro
rebelde que se sublevó contra el invasor romano entre los años 44 y 47 de la
Era Común, mientras que Judas de Gamala lo hizo en el año 6.
Hoy en día, aún sigue molestando
ya que los historiadores oficialistas que quieren hacer de la figura de Jesús
un mito cuasi solar se guardan muy bien de citarla o, incluso, de profundizar
en su estudio.
Ernesto Renán, en su libro «Vida
de Jesús» publicado en 1863, hace una vaga alusión a ella por haber tomado ya
partido: quería un Jesús idílico y al estilo de Juan Jacobo Rousseau. De hecho,
fue Daniel Massé quien, a partir de 1920, y a lo largo de veinticinco años, en
cuatro de sus obras consagradas a este tema bajo el título «El enigma de
Jesucristo» defendió valerosamente la citada teoría que es la misma que
defiendo yo y, la que se tomará como base en la segunda novela de mi trilogía
«El Amanecer de un Pueblo».
Por desgracia, Massé, no supo
fijarse unos límites adecuados, y sus imprudentes extrapolaciones han sido
utilizadas por sus detractores. Historiadores católicos y protestantes ignoraron
–e ignoran- voluntariamente su obra, y el crítico Daniel Rops se guarda bien de
citarlo entre aquellos que gozaron del favor de sus réplicas.
Pero todavía hay más: en los
mapas geográficos que acompañan a veces los trabajos de los historiadores católicos
o protestantes, las diversas localidades situadas a orillas del lago Genezaret o Mar de Galilea aparecen
todas ellas mencionadas: Cafarnaúm, Tiberias, Magdala, Tariquea, Hippos, Kursi,
Betsaida. Todas, salvo una: ¡Gamala!
Es a partir de los trabajos de
Daniel Massé, que la ciudad zelota por excelencia, la «ciudad de los Puros», el
nido de águilas desde donde un día descendió Judas el Galaunita, el verdadero
«Nazaret» donde nació Jesús-bar-Judá, Gamala, desaparece totalmente de los
mapas geográficos. Para situarla, hay que consultar mapas bastante más antiguos
pero existir existió y hoy en día se tienen pruebas irrefutables.
Por consiguiente, Robert
Ambelain, autor del ensayo que lleva como título “Jesús o el secreto mortal de
los templarios» (* Ver Nota del Autor al final de este artículo), no pretende
en su obra defender una hipótesis nueva y original ya que mucho antes que él
–que yo, incluso- los exégetas austriacos y alemanes de mediados del siglo XIX
reunidos en Tubinga jamás la ignoraron.
Tampoco era nada nueva la defensa
de Massé con respecto a esta hipótesis, si bien hay que decir en su favor que
su mérito principal radicó en haber
descubierto la prueba de dicha identidad de Jesús, llamado «de Nazaret»,
e hijo, en realidad, de Judas el Galileo, de Gamala o el Galaunita como os cité
al principio de este artículo. Esta prueba es muy sencilla: consiste en un
simple silogismo, una simple deducción. Sólo que se tenían que reunir y ordenar
sus premisas.
Es sobre esta hipótesis donde
descansa el ensayo de Ambelain y es sobre esa hipótesis sobre la que yo reposo
y sobre la que versará el argumento de esa segunda novela que estoy
escribiendo. Pero todavía queda por aclarar un último detalle, veréis.
Cualquier estudio serio y
riguroso sobre los orígenes del cristianismo pueden ser consideras tres
corrientes ideológicas diferenciadas:
a) La corriente que agrupa a los fieles de
diversas Iglesias cristianas que ven en Jesús una esencia sobrenatural y divina
y que creen firmemente en un Jesús «Hijo de Dios», muerto, resucitado y, que
después, ascendió a los cielos.
b) La corriente naturalista que agrupa a los
fieles partidarios de un Jesús completamente humano, de carne y hueso, sin
esencias divinas y que fue jefe de un movimiento insurreccional –los zelotes-
que luchó contra la opresión del poder del Imperio romano, o que se trataba de
un miembro de la secta de los esenios también beligerante contra la usurpación
romana del territorio sagrado de los judíos.
c) Por último, quedaría la corriente mítica, a
cuyo alrededor se agruparían los partidarios de un Jesús totalmente imaginario,
mítico, legendario cuya historia se ha ido forjando poco a poco a través de los
siglos, mezclando tradiciones pertenecientes a otras doctrinas,
-mayoritariamente orientales- y fusionando elementos históricos o míticos que
corresponderían a distintos personajes con semejanzas a Jesús tal es el caso de
Buda o Gilgamesh por citar un mero ejemplo.
Evidentemente mi posicionamiento
ideológico, que no doctrinal, esta con la segunda de las categorías
contempladas en esas tres corrientes. Y, al igual que Robert Ambelain, defiendo
esa teoría por las razones que a continuación os enumero:
El Diccionario Rabínico de Sander
(Dictionnaire rabbinique de Sander, París, 1859), lleva al final de la obra un
estudio biográfico consagrado a aquellos que la tradición judía considera
«príncipes de la Torá». Y sobre el gran Gamaliel, citado en los Hechos, podemos
leer:
«Rabban Gamaliel I, llamado el
Anciano, nieto del gran Hillel, sucedió a su padre, Simeón, en la calidad de
Nací. »Fue el primero que adoptó el título de rabban, título que llevaron
después de él sus descendientes y sucesores hasta Gamaliel III, hijo del rabban
lehuda-el-Naci. Sostuvo frecuentes relaciones con los generales y los miembros
del Gobierno romano.
Fue bajo su presidencia cuando
Samuel, apodado el Pequeño o el Joven, compuso la fórmula de oración contra los
apóstalas y los traidores, fórmula que fue aceptada y conservada en la
liturgia.
Según diversos cronistas, Rabbi
Gamaliel murió dieciocho años antes de la destrucción de Jerusalén por los
romanos. "Con él, nos dice la Mishná, se han apagado la gloria de la Tora,
la pureza y la austeridad de la vida religiosa."» (Sota, cap. IX, 15.)
En otro lugar, el mismo estudio
nos revela que Samuel el Pequeño, o el Joven (llamado así para diferenciarlo
del profeta del mismo nombre), murió antes que Gamaliel.
Recapitulemos, pues:
Jerusalén fue destruida por los
romanos en el año 70
Gamaliel I murió dieciocho años
antes, o sea en el 52
Samuel el Joven murió antes que
Gamaliel I, o sea que, todo lo más
tarde, en el 51
Fue él quien compuso la fórmula
de la oración contra los apóstatas y
los traidores, es decir, que todo lo más tarde tendría que haber sido en
el 50
¿Quiénes eran esos apóstatas?
Evidentemente, aquellos que habían apostatado de la ley de Moisés y abandonado
las prácticas religiosas judías, en una palabra, aquellos a quienes se les
conocía ya, desde el año 40, en Antioquía, como cristianos.
Nos parece muy extraño que el Sanedrín
esperara diez años (hasta el 50) para aplicar sanciones litúrgicas contra esos
apóstatas. Por lo tanto, habría que situar dicha medida entre los años 40 y 50.
Pues bien, si entre los años 40 y
50 el judaísmo sancionaba a los discípulos de un cierto Jesús, que habría sido
crucificado en el año 34, o sea, pocos años antes de dichas sanciones, sería
muy difícil admitir que el tal Jesús no hubiera existido.
En fin, consideramos inútil
subrayar el hecho de que el rigor de su vida religiosa excluye de antemano la
veracidad del pseudo evangelio llamado “de Gamaliel», y la posibilidad de que
el nieto del gran Hillel acabara por convertirse al cristianismo.
Nota del Autor
El título del artículo coincide
con el título del libro original de Robert Ambelain, publicado por Ediciones
Martínez Roca, S.A. para su colección “Enigmas del Cristianismo», en el año
1982, que es el que se ha tomado como base para la confección del mismo.
Título original en francés:
«Jesús ou le mortel secret des Templiers», publicado por Éditions Robert
Laffont, París, en el año 1970.
© 1970, Éditions Robert Laffont
© 1982, Ediciones Martínez Roca
Gran Vía, 774, 7°, Barcelona -13
ISBN 84-270-0727-2
Depósito legal: B. 11280-1985
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