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sábado, 15 de septiembre de 2012

Jesús o el secreto mortal de los templarios






Los defensores de la historicidad de Jesús deben considerar seriamente la importancia de su posición... Corren el riesgo de sostener los títulos históricos de una personalidad que puede resultar ser completamente diferente a aquella que imaginaban cuando emprendieron su defensa.
A.SCHWEITZER, doctor en teología, antiguo pastor, director del hospital de Lambaréne premio Nobel  de la  Paz en 1952, en Recherches sur l'hisloricité de Jesús)
Existen algunos eruditos que basan la existencia de Jesús de Nazaret en la hipótesis de que fue hijo de Judas el Galileo (Hechos 5, 37), también conocido como Judas de Gamala o Judas el Galaunita por ser originario de la Gaulanitide. Este personaje que puede ser estudiado bajo estos tres nombres diferentes fue la misma persona siendo, históricamente hablando, el héroe judío de la revolución contra el censo de Quirino. Hasta aquí nada nuevo pues los historiadores se han puesto de acuerdo con la identidad del personaje pero no con su posible paternidad sobre Jesús el Galileo.
Esta hipótesis ya resultaba molesta en los tiempos del cristianismo primitivo como se observa en Lucas quien al redactar los Hechos de los Apóstoles lo sitúa después de Teudás, otro rebelde que se sublevó contra el invasor romano entre los años 44 y 47 de la Era Común, mientras que Judas de Gamala lo hizo en el año 6.
Hoy en día, aún sigue molestando ya que los historiadores oficialistas que quieren hacer de la figura de Jesús un mito cuasi solar se guardan muy bien de citarla o, incluso, de profundizar en su estudio.
Ernesto Renán, en su libro «Vida de Jesús» publicado en 1863, hace una vaga alusión a ella por haber tomado ya partido: quería un Jesús idílico y al estilo de Juan Jacobo Rousseau. De hecho, fue Daniel Massé quien, a partir de 1920, y a lo largo de veinticinco años, en cuatro de sus obras consagradas a este tema bajo el título «El enigma de Jesucristo» defendió valerosamente la citada teoría que es la misma que defiendo yo y, la que se tomará como base en la segunda novela de mi trilogía «El Amanecer de un Pueblo».
Por desgracia, Massé, no supo fijarse unos límites adecuados, y sus imprudentes extrapolaciones han sido utilizadas por sus detractores. Historiadores católicos y protestantes ignoraron –e ignoran- voluntariamente su obra, y el crítico Daniel Rops se guarda bien de citarlo entre aquellos que gozaron del favor de sus réplicas.
Pero todavía hay más: en los mapas geográficos que acompañan a veces los trabajos de los historiadores católicos o protestantes, las diversas localidades situadas a orillas  del lago Genezaret o Mar de Galilea aparecen todas ellas mencionadas: Cafarnaúm, Tiberias, Magdala, Tariquea, Hippos, Kursi, Betsaida. Todas, salvo una: ¡Gamala!
Es a partir de los trabajos de Daniel Massé, que la ciudad zelota por excelencia, la «ciudad de los Puros», el nido de águilas desde donde un día descendió Judas el Galaunita, el verdadero «Nazaret» donde nació Jesús-bar-Judá, Gamala, desaparece totalmente de los mapas geográficos. Para situarla, hay que consultar mapas bastante más antiguos pero existir existió y hoy en día se tienen pruebas irrefutables.
Por consiguiente, Robert Ambelain, autor del ensayo que lleva como título “Jesús o el secreto mortal de los templarios» (* Ver Nota del Autor al final de este artículo), no pretende en su obra defender una hipótesis nueva y original ya que mucho antes que él –que yo, incluso- los exégetas austriacos y alemanes de mediados del siglo XIX reunidos en Tubinga jamás la ignoraron.
Tampoco era nada nueva la defensa de Massé con respecto a esta hipótesis, si bien hay que decir en su favor que su mérito principal radicó en haber  descubierto la prueba de dicha identidad de Jesús, llamado «de Nazaret», e hijo, en realidad, de Judas el Galileo, de Gamala o el Galaunita como os cité al principio de este artículo. Esta prueba es muy sencilla: consiste en un simple silogismo, una simple deducción. Sólo que se tenían que reunir y ordenar sus premisas.
Es sobre esta hipótesis donde descansa el ensayo de Ambelain y es sobre esa hipótesis sobre la que yo reposo y sobre la que versará el argumento de esa segunda novela que estoy escribiendo. Pero todavía queda por aclarar un último detalle, veréis.
Cualquier estudio serio y riguroso sobre los orígenes del cristianismo pueden ser consideras tres corrientes ideológicas diferenciadas:
a)    La corriente que agrupa a los fieles de diversas Iglesias cristianas que ven en Jesús una esencia sobrenatural y divina y que creen firmemente en un Jesús «Hijo de Dios», muerto, resucitado y, que después, ascendió a los cielos.
b)    La corriente naturalista que agrupa a los fieles partidarios de un Jesús completamente humano, de carne y hueso, sin esencias divinas y que fue jefe de un movimiento insurreccional –los zelotes- que luchó contra la opresión del poder del Imperio romano, o que se trataba de un miembro de la secta de los esenios también beligerante contra la usurpación romana del territorio sagrado de los judíos.

c)     Por último, quedaría la corriente mítica, a cuyo alrededor se agruparían los partidarios de un Jesús totalmente imaginario, mítico, legendario cuya historia se ha ido forjando poco a poco a través de los siglos, mezclando tradiciones pertenecientes a otras doctrinas, -mayoritariamente orientales- y fusionando elementos históricos o míticos que corresponderían a distintos personajes con semejanzas a Jesús tal es el caso de Buda o Gilgamesh por citar un mero ejemplo.
Evidentemente mi posicionamiento ideológico, que no doctrinal, esta con la segunda de las categorías contempladas en esas tres corrientes. Y, al igual que Robert Ambelain, defiendo esa teoría por las razones que a continuación os enumero:
El Diccionario Rabínico de Sander (Dictionnaire rabbinique de Sander, París, 1859), lleva al final de la obra un estudio biográfico consagrado a aquellos que la tradición judía considera «príncipes de la Torá». Y sobre el gran Gamaliel, citado en los Hechos, podemos leer:
«Rabban Gamaliel I, llamado el Anciano, nieto del gran Hillel, sucedió a su padre, Simeón, en la calidad de Nací. »Fue el primero que adoptó el título de rabban, título que llevaron después de él sus descendientes y sucesores hasta Gamaliel III, hijo del rabban lehuda-el-Naci. Sostuvo frecuentes relaciones con los generales y los miembros del Gobierno romano.
Fue bajo su presidencia cuando Samuel, apodado el Pequeño o el Joven, compuso la fórmula de oración contra los apóstalas y los traidores, fórmula que fue aceptada y conservada en la liturgia.
Según diversos cronistas, Rabbi Gamaliel murió dieciocho años antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos. "Con él, nos dice la Mishná, se han apagado la gloria de la Tora, la pureza y la austeridad de la vida religiosa."» (Sota, cap. IX, 15.)
En otro lugar, el mismo estudio nos revela que Samuel el Pequeño, o el Joven (llamado así para diferenciarlo del profeta del mismo nombre), murió antes que Gamaliel.
Recapitulemos, pues:
Jerusalén fue destruida por los romanos en el año 70
Gamaliel I murió dieciocho años antes, o sea en el 52
Samuel el Joven murió antes que Gamaliel I, o sea que,  todo lo más tarde, en el 51
Fue él quien compuso la fórmula de la oración  contra los apóstatas y los  traidores, es decir, que  todo lo más tarde tendría que haber sido en el 50
¿Quiénes eran esos apóstatas? Evidentemente, aquellos que habían apostatado de la ley de Moisés y abandonado las prácticas religiosas judías, en una palabra, aquellos a quienes se les conocía ya, desde el año 40, en Antioquía, como cristianos.
Nos parece muy extraño que el Sanedrín esperara diez años (hasta el 50) para aplicar sanciones litúrgicas contra esos apóstatas. Por lo tanto, habría que situar dicha medida entre los años 40 y 50.
Pues bien, si entre los años 40 y 50 el judaísmo sancionaba a los discípulos de un cierto Jesús, que habría sido crucificado en el año 34, o sea, pocos años antes de dichas sanciones, sería muy difícil admitir que el tal Jesús no hubiera existido.
En fin, consideramos inútil subrayar el hecho de que el rigor de su vida religiosa excluye de antemano la veracidad del pseudo evangelio llamado “de Gamaliel», y la posibilidad de que el nieto del gran Hillel acabara por convertirse al cristianismo.


Nota del Autor
El título del artículo coincide con el título del libro original de Robert Ambelain, publicado por Ediciones Martínez Roca, S.A. para su colección “Enigmas del Cristianismo», en el año 1982, que es el que se ha tomado como base para la confección del mismo.

Título original en francés: «Jesús ou le mortel secret des Templiers», publicado por Éditions Robert Laffont, París, en el año 1970.

© 1970, Éditions Robert Laffont
© 1982, Ediciones Martínez Roca
Gran Vía, 774, 7°, Barcelona -13
ISBN 84-270-0727-2
Depósito legal: B. 11280-1985

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